Esta mañana he visto en la plaza a una chica que desayunaba al sol. Esperaba a alguien que estaba a punto de llegar.
Probablemente mientras yo salía de casa ella había pedido los dos cafés y el croissant que le dejaban ahora en la mesita.
La segunda silla estaba un poco apartada de la mesa, como anticipando el espacio del otro. La bebida quemaba y ella
soplaba con insistencia para enfriarla. Lo hacía a soplidos cortos, que iba deteniendo, forzada por una sonrisa que nacía
muy adentro y que no podía contener. No decía nada, no hablaba con nadie. Pero su silencio contaba de una forma muy elegante. Diciendo: llega ya, que no me puedo aguantar la alegría que me da. La que me sale pensando en todas las historias que tengo que contarte. No vas a tener libros suficientes para poder guardarlas.