arena

Se llamaba Idir. Llevaba un turbante muy azul que le envolvía la cabeza.
Me contaba que no era tan distinto. La gente de aquí, decía, no se sorprende cuando ve el mar por primera vez.

 

¿Tamaño?
El desierto también es inmenso. A veces mientras el sol abrasa en el valle se pone a llover en las colinas
del oeste, más allá de donde alcanza la vista.

 

¿Estrellas?
Las mismas. Incluso alguna más porque aquí están más quietas y las noches son más limpias.

 

¿Vida?
Se reía. Hay un mundo aquí abajo, pero no sabemos verlo. Coge la arena.
Ves, se escapa. No es una pierda que se queda quieta como la luna.
Se pone a bailar y no hay quien la pare.

 

La única diferencia que notamos, y esta sí que es grande, es que el mar tiene prisa.

 

Aquí las dunas van despacio.

8 de febrero

Se parecía un poco a Marcello Mastroianni. Caminaba despacio con [...]

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